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El «trastorno» de Putin se llama Síndrome de Hýbris

¿Podemos decir que Vladimir Putin está “loco”, es decir, que padece algún trastorno mental? Técnicamente, no. 

Puede ser que sus errores de cálculo al invadir Ucrania nos hagan pensar en irracionalidad o delirios, que el bombardeo ruso indiscriminado sobre objetivos civiles nos revelen a alguien carente de empatía, como los psicópatas.

Pero sin la evaluación directa de un profesional clínico nada certero puede decirse sobre la salud mental de Putin. Incluso, si el dictador ruso permitiera que un/a psiquiatra o un psicólogo/a visitara el Kremlin, el profesional tendría que sortear la dificultad de la enorme distancia que pone el mandatario ruso a sus invitados.

Putin y su círculo más cercano
Putin y su círculo más «cercano».

Putin y The Goldwater Rule

De acuerdo con los Principios de Ética Médica de la American Psychiatric Association (APA), no es profesionalmente ético diagnosticar a una figura pública que no ha sido examinada personalmente por un profesional de la salud mental.

Sin embargo, The Goldwater Rule, norma de la APA vigente desde 1973, no está exenta de críticas y conflictos de intereses (Kroll y Pouncey, 2016 ). Por ejemplo, esta norma colisiona con el derecho de psiquiatras o psicólogos de hablar a consciencia sobre sus preocupaciones acerca de la salud mental de personas que detentan cargos de poder.

Asimismo, los críticos de la Goldwater Rule recuerdan que una tercera parte de las opiniones clínicas en torno a la salud mental de los implicados en procesos judiciales se lleva a cabo sin entrevistas formales por parte de profesionales clínicos.

En el caso de las figuras públicas, además, existe la dificultad de diferenciar la persona del personaje. ¿El Putin que se hace fotografiar, en una mesa, recibiendo a personas a diez metros de distancia, es la persona o el personaje?

El poder: una droga dura

Aun así, es indudable que a lo largo de la historia se ha observado una estrecha relación entre poder y conducta aberrante. Lo advirtieron los griegos: para Platón, el poder y la sabiduría se hallaban generalmente divorciados.

Shakespeare le dedicó una tragedia, Macbeth:

“La urgencia de mi violento afecto dejó atrás a la moderadora razón (…) Me he hartado de horrores; lo terrible, familiar para mis pensamientos de matanza, ya no puede sobresaltarme ni por una vez”.

Bertrand Russell, por su parte, hacía referencia a “la intoxicación del poder”.

El Síndrome de Hýbris

Basándose en estos antecedentes, el médico y político británico David Owen, convencido de que el poder puede tener efectos semejantes a los de ciertas drogas, afectando el comportamiento adaptativo normal, ha desarrollado los criterios de un trastorno específico para personas en posiciones de poder en la política o los negocios: el Síndrome de Hubris o Hýbris.

Bertrand Russell hacía referencia a “la intoxicación del poder”,

En la Grecia Antigua, el término hýbris, que suele traducirse por desmesura, hace referencia al intento de transgredir los límites humanos, casi siempre por actos cargados de ira y orgullo. 

Owen lo ha aplicado a la política, describiendo el Síndrome de Hýbris como un patrón de signos y síntomas que mezcla criterios diagnósticos del Trastorno narcisista de la personalidad, el Trastorno de la personalidad antisocial y el Trastorno de la personalidad histriónica, con características distintivas que se observan en ciertos políticos. Estos son los síntomas:

  1. Propensión narcisista a ver el mundo como un escenario donde ejercitar el poder y buscar la gloria.
  2. Tendencia a realizar acciones para autoglorificarse y ensalzar y mejorar su propia imagen.
  3. Preocupación desmedida por la imagen y la presentación.
  4. Modo mesiánico de hablar sobre asuntos corrientes y tendencia a la exaltación.
  5. Identificación con la nación, el estado y la organización.
  6. Tendencia a hablar de sí mismo en tercera persona y usar la forma regia de nosotros.
  7. Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio por el de los demás.
  8. Autoconfianza exagerada, tendencia a la omnipotencia.
  9. Creencia de que no deben rendir cuentas a sus iguales, colegas o a la sociedad, sino ante cortes más elevadas: la historia o Dios.
  10. Creencia firme de que dicha corte les absolverá.
  11. Pérdida de contacto con la realidad: aislamiento progresivo.
  12. Inquietud, imprudencia, impulsividad.
  13. Convencimiento de la rectitud moral de sus propuestas ignorando los costes.
  14. Incompetencia por excesiva autoconfianza y falta de atención a los detalles.

Como advierte Owen: 

“El poder es una droga embriagadora y no todos los líderes tienen el suficiente carácter para contrarrestarla”.

En la Antigua Grecia, cuando alguien sucumbía ante la hýbris, alejándose de la moderación, entraba en escena la diosa Némesis, que imponía la justicia retributiva y reestablecía el equilibrio. Así lo cuenta Heródoto en su Historia (8, 10):

“Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición (…) cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía”.

Si yo fuese Putin estaría atento a los cielos…

 

 

Por Máximo Peña

Psicólogo, especialista en intervención psicoterapéutica, máster en mindfulness y periodista