La paternidad podría ser comparada con un viaje iniciático, del cual nunca regresaremos idénticos a como éramos antes de partir. Somos hijos y nos convertimos en padres. Pero más interesante aún, a mí entender, es cómo pasamos de ser padres a que nuestros hijos e hijas nos llamen papá.
¿Ser padre o ser papá?
La lengua española, al igual que otros idiomas, diferencia entre padre y papá:
Español: Padre/ Papá
Inglés: Father/Dad
Alemán: Vater/ Papa
Francés: Père/ Papa
Italiano: Padre/ Papà
Ser padre no te convierte, necesariamente, en papá. La condición de padre la certifica un papel y puede no tener más significado que la connotación jurídica. En cambio, el título de papá lo dan los hijos y las hijas, y se gana día a día en la interacción y los cuidados.
Aunque la idea del padre como figura protectora y proveedora viene de muy lejos en nuestra cultura, es posible rastrear sus pasos:
“Padrenuestro
que estás en el cielo (alejado de lo terrenal y cotidiano),
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad (autoridad)
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día (proveedor),
perdona nuestras ofensas
como también perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en tentación (protector)
y líbranos del mal, amén”.
Mi hipótesis es que a través de los cuidados y de la relación cercana con los hijos e hijas es como se gesta la figura de papá. Un Padrenuestro en el siglo XXI, según yo lo veo, quedaría así:
Padre nuestro que estás a mi lado,
yo te llamo papá.
Nuestra casa es un reino sin rey.
Hágase tu voluntad solo
cuando quiera meter el dedo en un enchufe
o cruzar la calle sin mirar.
Asegúrate de que a mamá no le falte de nada
para que me dé despreocupada
la teta de cada día.
Perdona nuestras ofensas
como nosotros perdonamos las tuyas,
por amor.
No nos dejes comer
todas las chuches que nos apetezcan
y líbranos de las pantallas, amén.
Paternidad, maternidad y cuerpo
Ante la crianza los padres comenzamos con una desventaja evidente frente a las mujeres: mientras que para ellas la maternidad es una experiencia atravesada por el cuerpo, para los hombres la paternidad es una construcción cultural.
A mí me gusta mucho la manera en que lo expresó Karen Horney, la primera feminista del psicoanálisis:
“Hemos omitido de nuestra consideración la otra gran diferencia biológica, a saber, los diferentes papeles que el hombre y la mujer desempeñan en la función reproductora (…) Al llegar a este punto, yo, como mujer, me pregunto asombrada: ¿y la maternidad? ¿Y la gozosa conciencia de llevar dentro una vida nueva? ¿Y la dicha inefable de esperar día tras día la aparición de ese nuevo ser?” (Horney, Psicología femenina).
El embarazo y luego el parto (o la cesárea) marcan una diferencia abismal entre la experiencia de la maternidad y la paternidad. Hace dos mil quinientos años Lao-Tsé lo expresó así:
“El padre y el hijo son dos.
La madre y el hijo son uno”.
La madre y el hijo transitan juntos por un proceso que configura/transfigura sus cuerpos. En cambio, el padre tiene el rol de testigo participante: su cuerpo no forma parte del proceso, aunque haya contribuido a generarlo.
Papá es un primate
Sin embargo, a pesar de esta desventaja, parece que la biología favorece a los hombres en la transición a la paternidad. De acuerdo con la llamada Hipótesis del Desafío (The Challenge Hypothesis , Wingfield et al., 1990), los niveles de testosterona, hormona vinculada a conductas agresivas, se reduce en machos que no están en búsqueda de parejas sexuales.
Estas investigaciones, surgidas del estudio de las aves, se han extendido a otros animales, incluyendo a nuestros congéneres primates. Siguiendo modelos animales, algunos estudios han intentado corroborar si este fenómeno sucede también en varones.
El equipo de Grebe y colaboradores (2019), de la Duke University, en Durham (Estados Unidos), encontró en un metaanálisis que los hombres que viven en pareja tienen niveles de testosterona inferiores a los solteros, y los padres tienen más baja esta hormona que los hombres sin hijos.
En cambio, en otro metaanálisis, el equipo de Meijer y colaboradores (2019), de los Países Bajos, sostiene que hay un sesgo en las investigaciones sobre la Hipótesis del Desafío y advierte que los resultados están inflados y no han sido replicados de forma consistente.
La cosa se complica, porque el equipo de Gordon (2017), de la Universidad Bar Ilan, de Israel, llevó a cabo la primera investigación sobre la relación entre testosterona, oxitocina e interacción de madres y padres con el bebé, encontrando una relación modulatoria compleja y bidireccional, difícil de explicar.
La importancia de tocar
Para añadir más complejidad al asunto, el antropólogo evolucionista Robin Dunbar (2010), que ha estudiado la relación entre el acicalamiento grupal en primates y la consolidación de vínculos sociales, llama la atención sobre la función de “tocarse” y el rol de las endorfinas en el establecimiento del vínculo.De modo que en el cuerpo del hombre que se convierte en padre ocurren interacciones entre neurohormonas (testosterona y oxitocina) y neuropéptidos (endorfinas), cuyo mecanismo exacto desconocemos, pero que pueden favorecer la transición hacia la paternidad y el establecimiento de un vínculo amoroso con la díada madre-bebé.
Por fortuna, los humanos somos seres metabiológicos, es decir, que partiendo de la biología somos más que ella; o, como señala el psicólogo social Roy Baumeister (2005), somos “animales culturales”:
“Nuestra biología nos hace capaces de aprender
y cambiar a lo largo de la vida, así que las influencias sociales y culturales pueden continuar dándonos forma”.
Nuevas masculinidades, paternidad y patriarcado
Desde que en 1995 la socióloga australiana Raewyn Connell publicara su libro Masculinities, han crecido de forma exponencial las publicaciones en torno a cómo la sociedad configura la manera de ser hombre, y cómo la masculinidad puede ser vivida y expresada de maneras diferentes.
Así, tenemos masculinidades hegemónicas, subordinadas, inclusivas, híbridras, marginalizadas, del cuidado; todo lo cual a veces se expresa con el término nuevas masculinidades. Por ejemplo, hay quienes ven en Fernando Simón, la voz amable y explicativa en España de la pandemia de la COVID-19, un ejemplo de estas nuevas masculinidades:
«Puede que Fernando Simón se esté convirtiendo en un icono de la nueva masculinidad o, más bien, en la prueba de que la masculinidad puede expresarse de otra manera”, escribió Ana Requena Aguilar en elDiario.es
Sin embargo, tal y como lo presenta El País unos días más tarde, Fernando Simón, quizás, podría ser más bien representante de lo que Michael Messner, sociólogo de la University of Southern California, denominó masculinidades híbridas, en su artículo The Masculinity of the Governator. Muscle and Compassion in American Politics (2007):
«La sexy e híbrida mezcla de dureza y compasión de Schwarzenegger es, en realidad, una configuración de símbolos que forjan una masculinidad útil para asegurar el poder entre los hombres que ya lo tienen ”.
Así, la categoría nuevas masculinidades podría tratarse de un concepto vacío, que da cuenta de una diversidad de masculinidades, pero que es incapaz de distinguir cuál de ellas está al servicio de un cambio social que promueva la igualdad de género.
Lo importante no es que haya múltiples formas de asumir la masculinidad, sino cuál de estas masculinidades concretas renuncia a las ventajas de la herencia patriarcal. Si quieren saber si un hombre es verdaderamente feminista, pídanle que abandone sus privilegios de género.
Cuidar también es cosa de hombres
Por su parte, la investigadora australiana Karla Elliott ha propuesto el concepto de masculinidades del cuidado (2016) como identidades masculinas que rechazan la dominación y adoptan valores asociados al cuidado como la emoción positiva, la interdependencia y la relacionalidad.
«Sugiero que estas masculinidades del cuidado constituyen una forma crítica de compromiso y participación de los hombres en la igualdad de género y ofrecen el potencial de un cambio social sostenido…»
En efecto, una de las ideas más sostenidas por el patriarcado es la de que las mujeres, por su constitución biológica, están más capacitadas para el cuidado que los hombres, como si una especie de mandato evolutivo las preparara de fábrica para atender a los otros.
La cría más frágil que ha producido la naturaleza, la humana, necesita de muchos cuidados. Ser cuidado es una necesidad humana y cuidar, por tanto, es una capacidad humana, no de las mujeres. Todos podemos aprender a cuidar. A mí me gusta cómo esta idea se expresa en el video del Enfermero Compasivo:
Convertirse en papá
Lee Gettler, profesor de antropología y director del Laboratorio de Hormonas, Salud y Comportamiento Humano, de la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos), integrando investigaciones de neuroendocrinología y diversos estudios de antropología, propuso en 2016 el modelo DADS:
Dedication
Attitude
Duration
Salience
A través de estos cuatro elementos, el modelo intenta explicar cómo la interacción entre biología y cultura permite a los hombres responder ante el reto de la transición a la paternidad.
Dedication (dedicación) y Attitude (actitud) hacen referencia al aspecto motivacional y cognitivo de las interacciones de los padres con sus hijos; Duration (duración) incide en la necesidad de que los contactos entre padres e hijos sean frecuentes y dilatados en el tiempo y Salience (prominencia) se relaciona con el grado en que dichos comportamientos tienen implicaciones para el bienestar de los hijos de acuerdo con los valores de la comunidad de pertenencia.
En cuanto al elemento “duración” resulta interesante destacar a los papás Aka.
Los Aka son un pueblo de cazadores-recolectores del África Central, con un rasgo que los hace fascinantes: los roles masculinos y femeninos son prácticamente intercambiables. Mientras las mujeres cazan, los hombres cuidan a los niños; mientras los hombres cocinan, las mujeres deciden dónde instalar el próximo campamento, y viceversa, según las observaciones del antropólogo Barry Hewlett.
Según constató Hewlett, los padres de la tribu Aka pasan más tiempo en contacto cercano con sus bebés que en cualquier otra sociedad conocida, llegando a tener a sus hijos e hijas en brazos 47% del tiempo, frente a la hora por día que dedican en promedio los padres estadounidenses a la labor de crianza (Hrdy, 2009).
«La relación Aka padre-hijo es íntima no por la calidad del tiempo, sino porque el padre conoce a su hijo excepcionalmente bien a través de interacciones regulares», sostiene Hewlett (1991).
Modelo PATER de paternidad
Un modelo alternativo es el que propuse en Buñol, durante el Foro Vía Láctea 2020 sobre Maternidad y Crianza. Se trata del modelo PATER:
Presencia corporal
Atención plena
Tiempo
Equidad-Igualdad
Renuncia
Existe el concepto de “padre ausente”, pero no el de “papá ausente”. Para ser papá hay que poner el cuerpo en relación estrecha con el cuerpo de nuestros hijos.
Además, es conveniente hacerlo desde una presencia plena y consciente, atenta, dedicando todo el tiempo posible, según las circunstancias personales, a estar con ellos.
Asimismo, la relación con la madre, en el siglo XXI, se establece en términos de equidad-igualdad. Utilizo esta fórmula porque una igualdad que no tome en cuenta la equidad no hace justicia.
Por ejemplo, otorgar permisos de maternidad y paternidad igualitarios, basándose en que se trata, el hombre y la mujer, de dos personas que han tenido hijos, es desconocer el hecho evidente de que es el cuerpo de la mujer el escenario privilegiado por la naturaleza para que llegue la nueva vida.
En consecuencia, el cuerpo de la mujer, con la maternidad, vive una transformación, a veces, un maltrato, incluso, una violencia, que no es comparable de ningún modo al proceso que vive el hombre con la paternidad.
Por último, se puede ser padre sin renunciar a nada o renunciando a muy poco. Pero ser papá consiste en renunciar a buena parte de la vida anterior a la paternidad, y construir un modo de vida diferente, basado en la atención y los cuidados que necesitan nuestros hijos e hijas, sin dejar de cuidarnos a nosotros mismos.
El reto de la paternidad
Ser mamá o papá es una de las tareas más retadoras de la vida, de la que no se sale indemne. Mezcla incensante de emociones positivas (cuidado, ternura, diversión, alegría, complicidad) y negativas (preocupación, cansancio, frustración, ira, miedo), todo lo que se nos pide, como escribió Dorothy Corkille Briggs en su obra ya clasica El niño feliz, es:
“…formar jóvenes confiados en sí mismos, emocionalmente estables y capaces de vivir como personas que funcionan plenamente y desarrollan existencias significativas”.
Nada fácil de conseguir, desde luego. Muchas mamás y papás fracaseremos en el intento, y nuestros hijos e hijas, con suerte, contarán nuestras miserias en psicoterapia.
Pero hay otro aspecto importante en el que conviene no fallar: una de las misiones de la paternidad en el siglo XXI es la de no perpetuar el patriarcado, haciendo lo posible para que nuestros hijos e hijas ayuden a construir un mundo más igualitario.